
El Museo del Juguete, un lugar para recordar y ser feliz en Medellín – Colombia
Una exposición sin títulos ni fichas técnicas en donde la única regla es revivir la alegría de jugar. Tiene más de 4.500 piezas, desde trompos y ataris hasta figuras de Pokemón.
En este lugar “no hay barreras de idiomas, culturales o sociales. El juego es un lenguaje universal, porque en la sonrisa no hay distancias, no hay diferencias”. Por esta razón, las piezas no son clasificadas, ¿para qué una ficha técnica si todos somos expertos en jugar?
Entre talleres y concesionarios automotrices hay una fábrica, y dentro de ella cientos de piezas que cuentan, quizás, la historia más extraordinaria, una que todos conocimos en nuestros primeros años.
La fábrica es del artista plástico Rafael Castaño, un hombre que se ha dedicado por 30 años a rescatar de la basura y los mercados de cachivaches, primero de Guayaquil, luego de Los Puentes y ahora del viaducto del Metro (un mercado de pulgas en el centro de Medellín), cientos, miles de juguetes: allí nace la historia.
Por ello quienes visitan su taller quedan deslumbrados. Nunca hay tiempo suficiente para verlo todo. En un museo de pinturas y esculturas no puedes tocar nada. Aquí debes tocarlo todo. Si cuentas con suerte, te encontrarás con un juguete que perforará tu memoria y removerá sentimientos que creíste olvidados.
Es en el segundo piso de esta fábrica en donde se encuentra el Museo del Juguete. Tiene cerca de 2.500 piezas que abarcan al menos 130 años de cómo se divirtieron los tatarabuelos, los abuelos, nuestros padres.
Trompos, caucheras, carritos de madera, de hojalata, trenes, cartillas escolares, muñecas de trapo y plástico, los excéntricos robots japoneses, los primeros videojuegos, naves espaciales y cientos de personajes y figuras de películas y superhéroes. Juguetes para todos los gustos.
Rafael Castaño, quien comenzó siendo abogado y terminó en la Escuela de Bellas Artes de Cartagena, cuenta con orgullo hoy que esta es la colección más grande de juguetes de Latinoamérica.
Cada semana alumnos y expertos en diseño de universidades lo visitan para estudiar historia del arte, recordar o para estimular la imaginación y la capacidad creativa.
De hecho, Rafael, quien también ha sido profesor en Eafit y la Universidad de Antioquia, se ha dedicado, entre otras cosas, a fabricar juguetes a gran escala y decoraciones que entrar en el mundo de lo fantástico, de lo surrealista. Sus obras están regadas por todo el país, en galerías, centros comerciales y edificios.
Cuando se recorre el museo, es inevitable querer abrazar a un Topo Gigio o montarse en un monopatín, y lo mejor de todo es que ¡se puede! Mientras los jóvenes se estremecen cuando ven los tazos de Pokemón que venían en las bolsas de leche Colanta, las cartas de Dragon Ball Z o los Atari, las señoras de 70 años se conmueven al tener en sus manos nuevamente a las muñecas de plástico y de pelo tieso con las que jugaban, cuando añoraban que llegaran las muñecas con pelo de verdad.
Allí conviven los yoyos y las perinolas al lado de las pelotas de letras. También están los de mesa como la escalera, el parqués, la lotería y las damas chinas, que reunieron familias enteras por horas alrededor de un comedor. Las vajillitas miniatura saludan de frente a las granjas de Fisher Price, mientras las cocinas y los carros tamaño real reposan pacientes esperando a que alguien les retorne la vida.
Dice Neruda que “el niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta”. Y tiene razón. Basta con visitar este museo para entender que recordar es soñar de nuevo y que jugar es una de las mejores formas de vivir: siendo un niño.
Hoy en día Rafael tiene, mal contados, 4.500 juguetes. El más antiguo data de 1870, una alcancía de Estados Unidos. Entre los más nuevos está un muñeco de finales del siglo XX: ‘Buzz Lightyear’, personaje de la película ‘Toy Story’, estrenada en 1995.
Entre sus colecciones más preciadas hay una numerosa cantidad de figuras de la saga de ‘La Guerra de las Galaxias’.
El sueño ahora de Rafael, quien mantiene el museo gracias a la ayuda de su esposa y sus hijos, es conseguir a alguien que haga que el museo tome una vida más pública. Paradójicamente, quienes visitan menos este lugar son los niños.
Para visitarlo hay que, primero, llamar a su dueño y él, con la amabilidad que lo caracteriza, le sugerirá un día y una hora.
instagram: @museodeljuguetemedellin